LA AUTOSEMEJANZA DEL PAISAJE AGRARIO SAYAGUÉS

Esther Isabel Prada Llorente
Dra. Arquitecto

A lo mejor, cuando nos fijamos en los acantilados de una línea costera, una montaña, un árbol o un copo de nieve, nos quedamos maravillados al intuir, cómo las fuerzas de la naturaleza han generado estas formas que en un principio no parecen tener una lógica de relación aunque si, una determinada génesis de formación interna. Una a una estas formas en sí mismas se constituyen como partes de un todo en las que a su vez, se refleja la totalidad a modo de pequeños universos de creación y repiten en diferentes etapas o escalas, las mismas características de estructura y forma que podemos apreciar sobre su aspecto externo.
La estructura dendrítica también se repite en todas y cada una de las partes de configuración del elemento “árbol” a medida que nos aproximamos como en un “zoom” a cada una de ellas, el tronco se divide en ramas, éstas en otras más pequeñas que devienen hojas en las que a su vez, las nervaduras interiores vuelven a repetir el mismo esquema.
Del mismo modo la línea costera, la montaña y el copo de nieve en diferentes escalas, reflejan la característica interna de formación y crecimiento que “significa” su propio ser.
Esta repetición se constituye como la “autosemejanza” en las formas del sistema que percibimos como paisaje natural.
En este sentido el paisaje agrario se configura como un sistema que puede ser analizado en su totalidad a partir de los elementos que “significan” cada una de las escalas territorial, urbana y arquitectónica. Éstas, constituyen cada una de las partes en que se reflejan características genéricas de la totalidad del sistema como: 1) la distribución espacial de formas tradicionales de entendimiento de la propiedad, 2) la organización del terrazgo y 3) la actividad agraria que interacciona con el entorno natural sucediendo a éste de forma “autosimilar”.
En Sayago, debido tanto a su ubicación geográfica, comarca periférica y fronteriza, como a las características geomorfológicas, hidrográficas, de clima o edáficas que han condicionado tradicionalmente su actividad agropecuaria, se han conservado prácticamente hasta nuestros días formas de organización privada y comunal que analizadas para cada una de las escalas descritas, se configuran como la característica significante de este paisaje agrario, dándonos a entender que de alguna manera el hombre no siempre ha intervenido en contra de la naturaleza sino de acuerdo con ella siguiendo sus pautas de actuación.
El gráfico que con base en una estructura concéntrica de trazas circulares, delimita los diferentes tipos de propiedad en torno a un núcleo cualquiera de poblamiento, esquematiza la característica paisajística básica de esta comarca, claramente perceptible en la dualidad campo abierto-campo cerrado, espacio comunal-espacio privado, así como en una tercera forma de dualidad traducida en un diferente sistema de cultivo: las tierras comunales, eran cultivadas por un sistema de rotación generalmente de año y vez con partición en “hojas”, mientras los campos cercados más próximos a los núcleos de población tenían cultivos más intensivos generalmente continuos. La distribución espacial de propiedad de la tierra para todos los términos de la comarca se fundamenta en dicho esquema.
Las “cortinas” del latín cohor-tis, recintos cerrados y cercados con pared de pìedra, constituyen una de las estructuras básicas para la comprensión de la evolución de la propiedad o apropiación del terreno comunal inicial en torno a un asentamiento.
En la escala urbana se vuelve a reflejar el esquema genérico mediante las “cortes enteras” o “heredades” que aglutinan arquitectura y territorio, casa de labranza y tierras de cultivo, tierra de cultivo privada y tierra del común (la era) para la realización de actividades propias de la recolección, “trillar” o “aventar”.
La “heredad”, formada “según costumbre de Sayago” por “una casa, un prado, un huerto, un prado y una tierra de pan llevar”, constituye el nexo de unión entre la escala territorial y la arquitectónica dado que un núcleo de poblamiento se configura mediante un conjunto de heredades a su vez agrupadas en diferentes “pagos” o “barrios”.
El esquema de distribución espacial en la heredad se vuelve a repetir de tal manera que, en torno al espacio abierto o “corral”, se aglutinan las construcciones que conforman la “casa”, vivienda y dependencias anejas para ganado o labores propias relacionadas con el autoabastecimiento, “comedero”, “pajar”, “cernidero”, así como las tierras de cultivo adscritas a ella.
Es a través de este espacio común mediante el que se accede por diferentes puertas, “puerta de afuera”, “portalada”, “puerta del prao”, “postigos”, tanto a la vivienda como a las dependencias anejas y a las tierras de cultivo. Es también el espacio de tránsito a la escala arquitectónica, en tanto que ámbito inicial de la serie de espacios que uno tras otro en recorrido secuencial, nos introduce a través de “la mitad de casa” hasta el más privado de la vivienda, la cocina o antiguo “ater”, atrio, espacio oscuro y ennegrecido por el hollín, con un único hueco en su techo como pozo de luz y ventilación.
El lar, el hogar, la lumbre, núcleo principal de esta escala que de forma autosimilar al resto organiza espacios comunes o de relación y privados o íntimos en una dialéctica continua exterior-interior, público-privado, abierto-cerrado, permitiendo esa relación entre dos conceptos que devienen la dualidad base de autosemejanza y que se refleja en las formas construidas sobre el territorio para las escalas o etapas territorial, urbana y arquitectónica.
Partes de un todo o categorías en las que a su vez se “significa” la característica interna de formación de este sistema si nadie lo remedia, en extinción: el “paisaje agrario sayagués”.