PAISAJE AGRARIO: ESTRUCTURA, FUNCIÓN Y VALOR

Esther Isabel Prada Llorente
Dra. Arquitecto

El término paisaje, ha sido empleado con diversos significados a lo largo de la historia hasta llegar a la concepción actual donde el paisaje se define como un “recurso” según el “Proyecto de Convención Europea sobre el Paisaje” de 1998 adquiriendo singular importancia. En dicho proyecto se definen los dos grandes tipos de paisaje: “natural” y “cultural”, integrados cada uno de ellos por una serie de elementos característicos modelados históricamente por los usos agrarios tradicionales y que en el ámbito comarcal de Sayago, atesoran al mismo tiempo una gran riqueza y diversidad de hábitats y especies animales y vegetales ligadas a ellos.
Dentro del concepto “paisaje agrario”, definido como: “un espacio cultivado y en parte seminatural en el que tiene lugar la producción agraria y que se caracteriza por el conjunto de unas cualidades biofísicas, geofísicas y culturales cuya evolución en el tiempo es posible detectar” (Comisión de las Comunidades Europeas, 2000) se pueden identificar tres aspectos fundamentales (O.C.D.E. 1999): Estructura: Comprende la interacción entre diversos elementos físicos y climatológicos (topografía, suelos, precipitación), ambientales (flora, fauna, hábitats y ecosistemas), pautas y distribución de usos del suelo (tipos y formas de cultivos) y objetos realizados por el hombre (setos y linderos, construcciones agrícolas, etc). Función: Espacio donde viven y trabajan las comunidades rurales y para la sociedad en general, lugar a visitar o donde desarrollar actividades de ocio y recreo. Desde el punto de vista ambiental, sirve de reserva a la biodiversidad, en el caso de la vegetación por ejemplo, la defensa de los suelos o el efecto de retención de gases invernadero. Valor: No siempre objetivamente medible, es el que le otorga la sociedad al paisaje, dependiendo de la distinta procedencia de los grupos sociales: 1) grupos urbanos, en los que predominan valores estéticos, culturales o recreativos, 2) población rural que habita en el territorio en la que, evidentemente predominan otros parámetros y 3) los grupos más concienciados desde el punto de vista ambiental, que aprecian más los aspectos de biodiversidad, hábitats, etc.
En este sentido la “estructura” del paisaje sayagués, muestra un elevado “grado de diversidad” dentro de unas superficies relativamente pequeñas, entendiendo como tal no solamente la “biodiversidad” y “hábitats”, sino los componentes paisajísticos que forman parte integrante de su estructura territorial como: los núcleos urbanos hasta hace poco tiempo perfectamente mimetizados con el entorno natural y las estructuras muradas de parcelación en torno a dichos núcleos, así como el aprovechamiento de montes y pastizales reflejo del “régimen colectivista” que ha ordenado prácticamente hasta nuestros días la explotación agraria.
Por desgracia e independientemente de estos aspectos que se intentan regular desde diversos ámbitos para evitar la desaparición de espacios culturales singulares, la sociedad actual utiliza el razonamiento monetario como guía suprema de la gestión.
Nuestro país está siendo teatro de una explosión urbana sin precedentes. El presente boom inmobiliario constituye el ejemplo de los patrones hoy generalizados de ordenación del territorio, de urbanización y de construcción, que ―lejos de mejorar― destruyen o deterioran, no solo el patrimonio urbano e inmobiliario preexistente, sino también los sistemas y paisajes agrarios tradicionales.
Los modelos territoriales, urbanos y constructivos dominantes, contribuyen a degradar o abandonar los asentamientos tradicionales y que la explosión urbana y sus servidumbres afecten al medio rural, utilizándolo como mera zona de abastecimiento y vertido. También la “sociedad agraria tradicional” desde la emigración y el abandono de los pueblos, modificó el propio metabolismo de los sistemas agrarios. Estas transformaciones ―saludadas positivamente como parte integrante del desarrollo económico y de la modernización de la agricultura― entrañaron lamentables pérdidas y deterioros que han sido ignorados o banalizados. Entre estas pérdidas figura en primer lugar la de las culturas y modos de gestión vinculados a una “agricultura tradicional” pues los sistemas agrarios tradicionales supieron convivir establemente con el medio natural durante siglos. Es evidente que la “sociedad agraria tradicional”, habituada a convivir con penurias y desigualdades manifiestas, distaba mucho de ser perfecta. Pero, al igual que el estilo universal de las ciudades, contribuyeron más a destruir que a mejorar. “La modernización agraria contribuyó más a destruir que a mejorar los sistemas agrarios y los modos de vida tradicionales” (José M. Naredo, 2006).
Si tener conciencia de las raíces de nuestros males es el primer paso para poder curarlos, también creo que es exigible modificar los criterios que rigen los modelos urbanísticos que se llevan o se van a llevar a cabo en algunos municipios de Sayago, así como los constructivos y agrarios al uso, para que no se convierta en un espacio degradado y carente de interés estético.